Mar, 18-Noviembre-2025
  • Seguridad

Ella quería cortar la relación amorosa, pero el hombre le dijo que “si no es conmigo, con nadie estarás”. 

 

Un hombre de 42 años, le prende fuego a su enamorada dentro de un alojamiento en la ciudad de La Paz, sucedió el fin de semana porque ella le pidió terminar la relación amorosa. 

Las autoridades de justicia tipificaron el hecho como tentativa de feminicidio y lesiones graves y gravísimas, evidenciando el nivel de ensañamiento y odio dirigido hacia la mujer. 

El comandante departamental de la Policía, general Gunther Agudo, relató con crudeza los detalles que erizan la piel.

El terror se materializó en quemaduras de segundo grado que le cubren el rostro, el pecho y la espalda, marcas imborrables que son el sello de una agresión calculada y monstruosa. Cada una de sus lesiones grita el sufrimiento de quien fue atacada por quien juró afecto, en un acto que trasciende la violencia para convertirse en tortura.

El hombre la citó a un alojamiento, para mantener relaciones sexuales “por última vez”, ella accedió. Tras el acto, la mujer le pidió “tiempo” y el celoso le roció el cuerpo con alcohol antes de convertirla en una antorcha humana

La mujer, ejerciendo su derecho a ser libre, tuvo la osadía de pedir el fin de la relación, ese fue su único pecado. Esa simple petición de autonomía desató la furia homicida del agresor, para quien el deseo de ella valía menos que su posesividad enfermiza.

El celoso no titubeó. Actuó con premeditación, utilizando el alcohol como arma y el fuego como verdugo, en un intento cobarde de aniquilarla. La imagen de la mujer, envuelta en llamas por el hombre que amaba, es un cuadro dantesco que perseguirá a cualquiera que lo imagine.

Solo la rápida intervención del administrador del alojamiento y los limpiadores del local, quien alertaron a los policías, impidió que el crimen se consumara por completo. Mientras las llamas devoraban su piel, la ayuda se abría paso a contrarreloj, en una carrera contra la muerte orquestada desde la más abyecta bajeza.

Los efectivos policiales auxiliaron a la víctima, cuyo cuerpo ya estaba devastado, y aprehendieron al agresor, quien merece todo el peso de la justicia. La mujer fue trasladada de urgencia a un centro médico, donde lucha por sanar heridas que, más allá de lo físico, han dejado una cicatriz en su cuerpo y alma.

Mientras ella libra esa batalla, el victimario fue conducido a dependencias de la Fuerza Especial de Lucha Contra la Violencia FELCV de La Paz. Ahí aguarda, impasible, su audiencia de medidas cautelares, un trámite legal que parece insignificante frente a la magnitud del daño causado.

El jefe policial anunció que continuará con las investigaciones, ratificando la gravedad de un hecho que nos estremece como sociedad. Ese caso no es un suceso aislado; es la punta de un iceberg de violencia machista que se cobra vidas y sueños, un recordatorio sangrante de que el peligro suele acechar en el lugar más cercano.

Ese intento de feminicidio se suma a la larga y trágica lista de casos de violencia extrema registrados la presente gestión que ya supera las más de 2.000 víctimas. Es una llamada de atención que clama por justicia, por prevención y por una rabia colectiva que exige que nunca más una mujer sea quemada viva por el simple hecho de querer ser libre.